El Primero de Mayo resuena en la historia como un grito de guerra de la clase trabajadora, un día arraigado en la conmemoración de la lucha por las mejoras laborales y un símbolo inquebrantable de la solidaridad obrera internacional.
Lejos de ser una mera festividad en el calendario, este día nos recuerda los sacrificios indecibles que generaciones de trabajadores y trabajadoras han ofrendado en la búsqueda de condiciones laborales dignas y justas.
En el presente, marcado por una creciente desigualdad y la intensificación de la explotación, el Primero de Mayo no es solo un recuerdo del pasado, sino una llamada urgente a renovar la lucha contra las fuerzas del capital.
«Desde las entrañas del sistema capitalista, se ha tejido una elaborada ficción: la existencia de una vasta y próspera «clase media».
La ficticia “clase media”
Desde las entrañas del sistema capitalista, se ha tejido una elaborada ficción: la existencia de una vasta y próspera «clase media». Este concepto, hábilmente propagado por los intereses del capital, tiene como objetivo primordial oscurecer la división fundamental que atraviesa nuestras sociedades, la que separa a quienes poseen los medios de producción de quienes no tienen más remedio que vender su fuerza de trabajo para subsistir.
La intención política detrás de esta confusión es clara: si se persuade a la mayoría de la población de que pertenece a una difusa «clase media», se diluye la conciencia de clase y, con ella, la necesidad apremiante de la lucha de clases.
Tal como señala un análisis perspicaz, «¿qué sentido tiene la lucha de clases si todos somos clase media?». Esta estrategia ideológica busca desactivar cualquier intento de movilización colectiva, perpetuando así un sistema que beneficia a una minoría privilegiada.
La narrativa dominante, como bien se ha argumentado, utiliza categorías como «clase alta, media o baja» para ocultar las verdaderas líneas divisorias basadas en la propiedad de los medios de producción.
La realidad que enfrentan millones de personas trabajadoras en España dista mucho de la imagen idílica de una clase media boyante. En los últimos años, hemos sido testigos de una pérdida constante y palpable del poder adquisitivo. Los salarios se estancan mientras el coste de la vida se dispara, erosionando la capacidad de las familias trabajadoras para cubrir sus necesidades básicas y aspirar a una vida digna.
Empeoramiento del poder adquisitivo
Un informe reciente revela una disminución preocupante del poder adquisitivo para la mayoría de los trabajadores, y otro estudio indica que los salarios reales de la clase trabajadora apenas alcanzan los niveles de 2019, quedando muy por debajo de los de hace quince años.
Estos datos concretos son un testimonio irrefutable de que la promesa de la «clase media» se desvanece para una porción cada vez mayor de la población, empujándolos hacia una realidad económica más precaria y alineándolos, de facto, con la tradicional clase obrera.
La posesión de algunos bienes de consumo no altera el hecho de que estas personas deben vender su capacidad de trabajo a cambio de un salario para poder vivir.
Una de las objeciones que a menudo se esgrimen contra la noción de clase obrera es que muchas personas trabajadoras poseen bienes materiales, como viviendas o vehículos, lo que supuestamente las aleja de la identidad tradicional del proletariado.
Sin embargo, esta perspectiva ignora la realidad fundamental de su posición en el sistema productivo. La posesión de algunos bienes de consumo no altera el hecho de que estas personas deben vender su capacidad de trabajo a cambio de un salario para poder vivir. Su subsistencia no depende de la propiedad de los medios de producción, sino de su fuerza laboral.
Tal como se define claramente, la clase trabajadora comprende a cualquiera que deba intercambiar su trabajo por un salario y carezca de la posibilidad de producir de forma independiente lo necesario para satisfacer sus necesidades vitales.
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Esta definición marxista se centra en la relación de explotación inherente al capitalismo, no en la cantidad de bienes que un trabajador pueda haber adquirido.
Los medios de comunicación, cómplices necesarios del aletargamiento y conformismo
Es significativo observar cómo el uso de términos como "clase obrera" y "conciencia de clase" ha disminuido en el discurso público, lo que prueba un intento deliberado de borrar esta identidad y debilitar la capacidad de la clase trabajadora para reconocer sus intereses comunes y organizarse en su defensa.
De hecho, las encuestas revelan una caída drástica en el porcentaje de personas en España que se identifican como "clase obrera" en las últimas dos décadas, lo que pone de manifiesto el éxito de la narrativa capitalista en la difuminación de las fronteras de clase.
A pesar de las características que se atribuyen a la clase media, como la formación universitaria o la posesión de cierta propiedad, estas no alteran fundamentalmente la dependencia del trabajador del salario dentro del sistema capitalista.
El 1º de mayo, un paripé de ciertos sindicatos
En este contexto de manipulación ideológica y deterioro de las condiciones económicas, el Primero de Mayo se presenta como una ocasión que genera sentimientos encontrados en la clase trabajadora. Para muchos, las tradicionales manifestaciones sindicales parecen haberse desconectado de sus preocupaciones cotidianas, percibidas como un mero trámite anual para "cubrir el expediente".
Existe una crítica generalizada hacia el sindicalismo institucional, al que se acusa de vivir de subvenciones y de no librar una lucha genuina y constante por los intereses de la clase obrera a lo largo del año.
La cobertura mediática a menudo se encarga de denostar a los sindicatos, incluso desde sectores de la supuesta izquierda. Informes sobre un "pinchazo sindical" en las manifestaciones del Primero de Mayo son de hecho una manipulación para inducir esta falta de entusiasmo o conexión entre una parte de la clase trabajadora y las acciones de los sindicatos mayoritarios.
La CGT como verdadero sindicato de clase
Las reivindicaciones de la CGT se adentran en la médula del sistema capitalista, exigiendo un reparto de la riqueza que trascienda la mera distribución de beneficios.
Sin embargo, en este panorama complejo, emerge la figura de la Confederación General del Trabajo (CGT) como un sindicato que se esfuerza por mantener viva la llama de la lucha de clases. Desde CGT nos distinguimos por la firmeza al no plegarnos al discurso del capital y por nuestro compromiso con el despertar de la clase obrera de su letargo inducido.
Esta postura, sin embargo, no está exenta de consecuencias. La CGT somos a menudo "mal vistos" por desafiar el statu quo y por reivindicar no solo mejoras salariales, sino también un reparto radical de la riqueza y, fundamentalmente, la gestión de los medios de producción por parte de los trabajadores.
Nuestras campañas del Primero de Mayo, como las centradas en el antimilitarismo y la transformación social, o la de este año, abogando por la “ofensiva sindical”, evidencian una visión que va más allá de las demandas laborales inmediatas, buscando una emancipación obrera integral.
La presentación de una querella criminal por parte de la CGT contra otros sindicatos por un acuerdo que restringe los derechos de los trabajadores públicos en la Comunidad de Madrid ilustra nuestra disposición a adoptar una postura firme en defensa de los intereses de la clase trabajadora.
Las reivindicaciones de la CGT se adentran en la médula del sistema capitalista, exigiendo un reparto de la riqueza que trascienda la mera distribución de beneficios.
La propuesta de una "Renta Básica de las Iguales" financiada mediante impuestos al capital es un ejemplo concreto de nuestro compromiso con una redistribución radical.
Pero quizás aún más trascendental es nuestra defensa de la gestión obrera de los medios de producción. Esta visión de una sociedad donde los trabajadores controlan colectivamente la economía, en beneficio de todos y no de unos pocos, representa un desafío fundamental a la lógica del capital.
Desde CGT abogamos por una jornada laboral de 30 horas sin pérdida de salario como un paso hacia una mejor distribución de la riqueza y del tiempo de vida.
Estas demandas no son meras reformas dentro del sistema, sino la expresión de un proyecto de transformación social profunda, donde la clase trabajadora asume el protagonismo en la construcción de una sociedad justa y equitativa.
El despertar de la clase obrera
A pesar de la intensa campaña ideológica del capital y de las dificultades que enfrenta la organización obrera, existe un despertar gradual de la clase trabajadora.
Las crecientes penurias económicas, la pérdida de derechos laborales y la intensificación de la explotación están llevando a cada vez más personas a cuestionar la ficción de la "clase media" y a reconocer su verdadera posición en el sistema capitalista.
El capitalismo, en su búsqueda insaciable de beneficios, empuja a los trabajadores y trabajadoras a una situación de "esclavitud patronal", donde sus derechos y su dignidad son constantemente pisoteados.
Sin embargo, la resistencia crece. Tal como se proclama, no debemos esperar a sucumbir, sino luchar ahora contra un sistema capitalista en decadencia.
La conciencia de clase no es algo obsoleto, sino una herramienta necesaria que debe recuperarse para lograr un modelo laboral que respete la dignidad de las personas trabajadoras.
La disyuntiva es cada vez más clara: someterse a la explotación o rebelarse en defensa de la dignidad humana y la conquista de nuestros derechos.
La CGT, con su compromiso inquebrantable con la lucha de clases y su visión de una sociedad emancipada, se presenta como un instrumento fundamental en este despertar, invitando a la clase trabajadora a unirse a sus filas y a participar activamente en la construcción de un futuro más justo y libre.
La CGT hace un sindicalismo real
La noción de una extensa "clase media" en España es una construcción ideológica que busca debilitar la conciencia de clase y la movilización de los trabajadores.
La pérdida de poder adquisitivo experimentada en los últimos años contradice esta ficción, acercando las condiciones de vida de muchos a las de la clase trabajadora tradicional.
Si bien el sindicalismo institucional es objeto de críticas por su pasividad y dependencia de subvenciones, organizaciones como la CGT representan una alternativa que aboga por un cambio sistémico, incluyendo la redistribución de la riqueza y la gestión obrera de los medios de producción.
Finalmente, la creciente presión económica y la intensificación de la explotación están generando un despertar en la clase trabajadora, que se enfrenta a la elección entre la sumisión y la lucha por sus derechos y dignidad.
La CGT se erige como un actor clave en este proceso, ofreciendo un camino para la organización y la acción colectiva en la búsqueda de una sociedad más justa.
